El crepúsculo de los dioses

O como debajo del montón de estiércol no había ningún unicornio

Shine McShine
4 min readNov 22, 2022
LoboStudioHamburg para Pixabay

Lo que está pasando con la red del pajarito azul no deja de ser otro episodio dentro de toda una serie de debacles en el mundo de Silicon Valley que viene fraguándose desde hace más de una década. Una década de inversores arrojando montañas obscenas de dinero en proyectos de dudosa calidad convencidos de que, bajo ese montón de estiercol, se escondía el próximo unicornio.

La cosa es que en los dosmiles varias startups (facebook, instagram, etc.) lo petaron e hicieron de oro a muchos inversores. Como el capitalismo es como es, se creó toda una cultura de financiar cualquier chorrada con ingentes cantidades de dinero porque a saber lo que podría ser the next big thing. No solo eso, sino que esto acabó convirtiéndose en una especie de pseudo-religión con sus profetas y sus dioses.

Gente como Peter Thiel o Robert Mercer empezaron a convencer a todo el que tuviera dinero de sobra en invertir en sus movidas. Apareció gente como Musk vendiendo un futuro de coches automáticos e hyperloops y colonias en Marte que tocaban la fibra sensible de todo nerd criado al calor de los ochenta. La prensa los trataba como a estrellas del rock, como a genios visionarios que llevarían a la humanidad a su siguiente nivel.

Por supuesto, nada de aquello terminaría materializándose. Pero el dinero seguía fluyendo. Primero los inversores de Silicon Valley, ansiosos por repetir el milagro de empresas como Facebook o Amazon. Luego los grandes fondos de inversión. Luego los dineritos saudíes, petrodólares manchados de sangre y carbono que los genios visionarios recibieron con los brazos abiertos, porque no hay nada que acalle tu conciencia mejor que dormir sobre millones de billetes.

Y empezaron a regar de dinero cualquier chorrada, por surrealista que fuese. Los fiascos de Juicero y Theranos (este último, acabando con su creadora entre rejas) deberían haber servido como aviso a navegantes. ¿Qué estáis haciendo? ¿No veis que estáis incinerando vuestro dinero?

Pero no lo vieron, porque no lo querían ver. Porque estaban convencidos que al fondo de todo aquel montón de estiercol había un unicornio.

Seguían lloviendo los billetes en proyectos que, año tras año, perdían miles de millones. Uber. Deliveroo. You name it. Tarde o temprano, decían, sería rentable.

Daba igual si la hoja de ruta presentada en la IPO implicaba, por ejemplo, acabar con todo el transporte público mundial para dar beneficios, como fue el caso de Uber. Más madera, que es la guerra.

Entonces llegó 2020.

2020. Año de la pandemia. Y también el pistoletazo de salida de LO CRYPTO.

En una especie de “coge todo lo que está mal en este mundillo y amplifícalo a la máxima potencia” el mundo de la tecnología se vio sumida en una espiral de proyectos absurdísimos relacionados con LO BLOCKCHAIN.

Y primero fue el bitcoin subiendo como la espuma. Y los NFTs. Y las DAO. Y la web3. Y los metaversos. Y las stablecoins. Y las shitcoins. Y un código QR rebotando por la pantalla durante el descanso de la Super Bowl.

Y en aquel momento, aquel glorioso momento en el que la luna parecía al alcance de los dedos, los Ícaros de Silicon Valley descubrieron que sus alas eran de cera y se estaban fundiendo.

Lo que pasó a continuación es lo que pasa siempre desde que en el mundo existen los esquemas Ponzi: el colapso de Terra/Luna, la debacle de bitcoin, el corralito de FTX, los NFT perdiendo el 98% de su valor. Miles de grandes y pequeños (especialmente pequeños) inversores arruinados, fortunas gargantuélicas aniquiladas de la noche a la mañana. Lo que no habían conseguido Juicero o Theranos lo había hecho lo crypto.

Algo hizo “crack” en Silicon Valley.

Espantada de inversores. Espantada de anunciantes. Las stonks de las grandes empresas tecnológicas perdiendo el 50, 60 y 70% de su otrora infladísimo valor YTD.

El futuro había llegado, y vaya por dios, debajo de todo el estiercol no había ningún unicornio.

La realidad, la cruda fría y estéril realidad, era que no vivíamos en un mundo de coches autónomos, drones repartiendo paquetes, pagos con BTC, metaversos virtuales y colonias en Marte. La utopía libertariana de los oligarcas de Silicon Valley era una ilusión, una sombra, una ficción, que el mayor bien es pequeño, que todo en la vida es sueño, y los sueños sueños son.

Y de aquellos polvos, estos lodos. Uber se tuvo que deshacer de Aurora, su división de coches autónomos. Hay más gente en Paquita que en el metaverso de Zuckerberg. Amazon despide a miles de trabajadores. Y tuiter… bueno, todos sabemos como va eso.

The dream is over, como cantaba John Lennon. Solo falta que algunos se den cuenta de ello.

(Este texto fue publicado originalmente en https://paquita.masto.host/@Shine_McShine)

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