Viaje al Corazón del Fascismo

En una época en la que el discurso político bascula como un péndulo entre el “todo es fascismo” y el “nada es fascismo”, conviene preguntarse, ¿qué hace que un partido sea fascista?

Shine McShine
3 min readMay 18, 2021
Cuartel general del Partido Fascista en Roma. Imagen de Dominio Público.

Mucha gente, cuando pretende dar la definición de fascismo, se remite a lo expuesto en el Manifiesto Fascista de Marinetti y De Ambres de 1919. El problema es que el propio Benito Mussolini dejó obsoleto el Manifiesto con la publicación de “La Doctrina del Fascismo” en 1932.

Pero tampoco todos los regímenes fascistas de la historia se adscriben a lo expuesto en la Doctrina, porque el fascismo no es, ni mucho menos, un kernel monolítico de dogmas axiomáticos inamovibles.

Muchos autores han intentado establecer los puntos sobre los que se estructura el fascismo; Umberto Eco, Gentile, Hayek, Paxton, Brecht, Dimitrov, y un largo etc. Pero la mayoría no ha sabido establecer qué caracter exclusivo se adscribe sólo al fascismo.

Umberto Eco, en lo que llamaba “Ur-Fascismo”, establecía una serie de propiedades atribuíbles a los partidos fascistas, reconociendo que estos podían prescindir de una o más propiedades y seguir siendo reconocidos como fascistas:

El problema es que la mayoría de propiedades son muy imprecisas; el fascismo es autoritario, pero no todos los regímenes autoritarios son fascistas. El fascismo es clasista, pero no todo ente clasista es fascista. El fascismo es xenófobo, pero no todo xenófobo es fascista. Entonces, ¿qué constituye el mínimo común denominador del fascismo? ¿qué tienen en común todos los movimientos fascistas? ¿Cual es, en resumen, el ‘núcleo del fascismo’?

Para el historiador Roger Griffin, la respuesta es clara:

El ultranacionalismo palingenético.

¿El ultra-qué? Ultranacionalismo palingenético.

La palingenesia, para quien no lo sepa, es el concepto de ‘resurgimiento’ o ‘renacimiento’. Un ejemplo en mitología es el Ave Fénix, que resurge de sus cenizas tras morir en el fuego.

Todos los movimientos fascistas a lo largo de la historia han basado su ideario en torno a la figura del “renacimiento nacional”, apelando al eterno retorno a un pasado glorioso e imperial para renacer sobre esa base a un nuevo orden.

Esto diferencia al fascismo de otros movimientos revolucionarios de corte adanista, que pretenden desprenderse del yugo del pasado para hacer un mundo nuevo y mejor. El fascismo quiere un orden nuevo, sí, pero sobre la base de lo viejo.

Así, la Italia fascista de Mussolini pretendía ser la sucesora espiritual del Imperio Romano. Hitler moldeó la Alemania Nazi como el “Tercer Reich”, heredero del Sacro Imperio Romano (Primer Reich) y el Imperio Germano (Segundo Reich). Augusto Pinochet llamaba a un “renacimiento nacional para purgar los vicios y malos hábitos de nuestras instituciones” inspirándose en la figura de Diego Portales. El franquismo tenía el “por el Imperio hacia Dios”, y se consideraba heredero del Imperio Español.

El fascismo, por tanto, crea una mitología épica sobre un “pasado glorioso” al que volver (Eterno Retorno) y que sirva de base para el resurgimiento nacional (palingenesia). Y ahí, ahí es donde está el corazón del fascismo.

Cuando os encontréis un partido político que no se cansa de hablar sobre “los tercios de Flandes”, “Blas de Lezo”, “el Glorioso Imperio Español”, o que propone adoctrinar a los niños sobre “las gloriosas gestas de nuestros antepasados”, que afirma que “la Reconquista no ha terminado”, sabed que ese es un partido fascista. Porque una cosa es enseñar la historia, con todos sus claroscuros, y otra muy distinta es pretender crear una mitología sesgada a la que admirar y añorar.

Esas son las semillas del fascismo.

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